viernes, 11 de marzo de 2011

UNA DE ROMANOS

HISTORIAS DEL CINE CERVANTES

Acababa de sonar el cohete, como cada domingo, anunciando el comienzo inminente de la película del cine de abajo. José, el relojero, a la sazón también portero del cine Cervantes, con puntualidad inglesa, despachaba cada domingo la pirotecnia reglamentaria siguiendo el ritual establecido desde años atrás y que era la señal inequívoca de que en un par de minutos comenzaría la sesión. Esa tarde daban Espartaco, historia de un esclavo tracio que protagonizó una de las rebeliones más importantes en Itálica contra el Imperio Romano y que todos hemos visto en reiteradas ocasiones. Una película de las que nos gustaban a nosotros, ¡UNA DE ROMANOS!


Era una tarde fría de invierno y corría un aire gélido que subía desde la carretera y se arremolinaba en la encrucijada con la calle Honda, a la altura del caño, que nos estaba dejando la cara como los témpanos. Todos los amigos nos íbamos juntando en la puerta y, cuando entramos, apenas nos dio tiempo de ir al ambigú a por un cartucho de avellanas y una Juki de naranja. El total de la inversión ascendía a la notable suma de diez reales.

El ambigú estaba a cargo de Isabel, la mujer del Tite y, para los que no lo sepan, diré que la Juki era una gaseosa en botella que tenía de tapón una bola de cristal a la que había que empujar con el dedo para poder beber el contenido. Hoy día estaría considerada como "de lo más higiénica" pero estaba buenísima.
El NO-DO había empezado, cuando apresuradamente entramos en la sala, y Franco andaba inaugurando un pantano de los del Plan Badajoz y el Real Madrid, como siempre, había goleado al Benfica segun comentaba a todo detalle el gran Matias Prats.

El confor que reinaba allí dentro era más que notable ya que las estufas de cascara de almendra, "ecológicas cien por cien aunque entonces no sabíamos lo que era la ecología", estaban al rojo vivo y no dejaban de alimentarse, a golpe de pala, del citado combustible que estaba apilado a ambos lados del escenario.

La película era bastante larga y daba tiempo para todo. Hablar, mirar al fondo a ver si había alguna pareja dándose un buen repaso, o, salir en el descanso a estirar las piernas y si quedaban algunos reales a fundirlos repostando pipas, gandinga, garbanzos o habas secas.

El cine suponía el acontecimiento de la semana y más aun en el invierno. Era el punto de reunión. Allí, por un rato la ficción se fundía con la realidad y se dejaban volar los sueños y la imaginación. De repente podías ser el valiente gladiador que luchaba en la arena sorteando a todos los enemigos.

En el tablón de anuncios de la puerta de la Iglesia se exponía la calificación moral de la película dominical cuyo baremo era más o menos así:

1- Para todos los públicos
2- Para de mayores
3- Peligrosa
3R- Gravemente peligrosa

Cuando la proyección era para mayores de 18 años nuestra decepción era muy grande aunque siempre nos quedaba la solución de tratar de despistar al portero y colarnos. Pero la verdad es que lo primero que hacíamos el domingo era ir a la puerta de la tienta de José María a ver la pizarra en la que se anunciaba el titulo de la película y su calificación. Existía un archivo alfabético en la Sacristía de la Iglesia con los títulos y calificación moral de todas las películas que circulaban por la España de los años cincuenta y sesenta. Esto hoy día sería impensable e inimaginable, sin embargo, en aquellos tiempos, a los niños nos parecían cosas normales.

Aquella tarde, como era habitual, se interrumpió varias veces la proyección debido a cortes en la cinta y hubo que esperar a que el operador volviera a unir el celuloide raspando los dos extremos de la película y uniéndolos con acetona con sumo cuidado para que los fotogramas quedaran bien encajados y no hubiera saltos (todo esto lo sé porque mi padre me lo enseñó proyectando películas en el cine 500). En cada corte se armaba una algarabía tremenda y las protestas y silbidos del respetable eran más que notables. Un aplauso acogía cada reanudación de la proyección al igual que ocurría cada vez que Espartaco daba una acometida con la espada o eludía el tridente del adversario.

En aquel ambiente calido y familiar todo rezumaba normalidad, hasta que de, repente, se encendieron las luces de la sala y se escuchó una potente y nerviosa voz: "todos tranquilos no pasa nada, no hay peligro, salgan despacio". Era la voz de José María Martinez que se había subido en una butaca y trataba de transmitir calma al personal ante el fuerte olor a humo que se iba apoderando del ambiente de la sala. El cine estaba abarrotado pero en cuestión de segundos quedó vacio gracias a las puertas laterales que daban a la hoy terraza del bar del Lalo y a la amplia escalera de bajada desde el "gallinero" que comunicaba con la puerta principal. Funcionaron las "salidas de emergencia de maravilla", aunque no había normativa especifica de emergencia como hoy en día. Resultó ser una falsa alarma y no ocurrió nada. Se trataba del olor producido por una serie de papeles y cartones que se quemaron en la puerta y que el viento transportó en un instante al interior del cine.

La decepción fue grande por no terminar de ver la película pero nos conformamos comentando lo ocurrido y los detalles de la estampida y la rapidez del desalojo. Lentamente subimos la cuesta del bar de la Kika y del España y nos digimos a la plaza a echar un vistazo en los futbolines, no sin antes asomarnos a "Los Claveles" por si había alguien jugando al billar y podíamos hacer alguna carambola. Así terminó aquel frio domingo en el que Espartaco pasó por Cúllar y tuvo un accidente en el cine Cervantes.

6 comentarios:

  1. Me encanta este relato costumbrista.Juan has conseguido que el tiempo retroceda cincuenta años como si me hubiera subido en el Delorian del sabio loco de Regreso al Futuro.
    Yo no estuve en ese cine Cervantes, pero si en el cine de los Escolapios, que valía una peseta, al que íbamos todos los niños del colegio y sus hermanas, y allí veíamos Espartaco, La Diligencia, La conquista del Oeste y hasta Hatari, y las cosas que pasaban con los humos y las pipas, eran mas o menos las mismas que te pasaban a tí en tu Cervantes.
    Gracias por este paseo por la infancia, de verdad.

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  2. Cada vez me gusta más lo que escribes y cómo lo escribes. Me da la impresión de que estoy allí contigo, como tantas veces, en las que tenías que cargar conmigo y aguantar a la hermana chica. Es precioso, hermano y no tardes tanto en escribir el siguiente.

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  3. Gracias Coco, se trata de dar una pincelada recordando algunas cosas de nuestro pueblo que, por supuesto, no reflejan la realidad de lo que Cúllar era, pero que pueden ayudar a que los más jovenes nos entienda algo mejor.

    Gracias.

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  4. Gracias hermanita, ya sabes que el pueblo lo llevo muy adentro y que me gusta fantasear un poco con los recuerdos.
    Para no aburrir ni abusar de los que teneis la paciencia de leer lo que escribo no tengo más remedio que dosificar la ración y toca cada tres o cuatro meses.

    Un beso

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  5. ROSA VALDIVIESO:
    Hola Juan, he querido comentarte tu relato, pero no he sabido como hacerlo en el blog. No quiero perderme el gusto de decirte lo encantada que estoy con tus relatos, que no dejas de impresionarme por tu gran memoria. Lo del cohete me ha dejado sin habla porque lo tenía completamente olvidado. Me has hecho revivir aquellos años por arte de magia.
    Muchísimas gracias y hasta el próximo que espero sea pronto.

    Yo estoy encantada.

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  6. Gracias por tu comentario en mi blog Tierra de Cúllar. Y enhorabuena por tu faceta literaria local, que demuestras en estas páginas.

    Si quieres puedo poner un enlace a tu blog, y tu viceversa al mio ?

    Adrián Castillo

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