jueves, 14 de febrero de 2013

La plaza de abajo


HISTORIAS DE LA PLAZA DE ABAJO





Era una tarde bochornosa de finales de agosto. Se presagiaba tormenta atendiendo a las nubes que parcialmente cubrían el cielo y al nerviosismo de los cientos de pajarillos, propietarios habituales, del gran plátano centenario del centro de la plaza de Abajo. Era un continuo ya subo, ya bajo, ya vengo, ya voy de rama en rama y un trinar histérico que le ponía la cabeza loca al "sumsuncordan".

Durante la hora de la siesta allí estábamos nosotros colaborando con el descanso vecinal jugando con las trompas al "reorde robao" , otros al bolis-trolis, y, algunos más, pegando pelotazos a un balón de reglamento de los que tocaban juntando cromos del chocolate LLoret. Era un ambiente de lo más propenso para la relajación de quien quisiera descansar un poquito.


Sin embargo un hecho insólito, dada la temprana hora de la tarde, propició un cese instantáneo de nuestras hostilidades y, aunque de manera momentánea, tranquilizó en cierta medida el estres de gorriones, colorines, mirlos y demás copropietarios del gran árbol. Una pareja de recién casados se encaminaba a la pasarela que unía los estudios de Caparrós el retratista con la plaza. El traslado de toda la chiquillería hasta la pasarela duró un santiamén. El objeto principal de tal mudanza era el de "regoler" y tratar de mirar por la ventana que daba al cuarto de retratos, cosa bastante difícil porque estaba a un lado por el exterior de la pasarela y los más chicos no alcanzábamos a ver ni media. No obstante poníamos de nuestra parte todo lo posible para distraer a los novios y cabrear al retratista.

A media tarde, desde la pasarela veíamos el ir y venir de la gente hacia la carretera y desde esta hacia el pueblo. Había trasiego en el Bar España pues a esa hora las partidas de dominó, subastao, truque y demás estaban en pleno apogeo. Juan Diego, hijo de Pedro Cañadas el regente del negocio, era un malabarista lanzando vasos y botellas al aire con estilo acrobático y la chiquillería nos quedábamos embobados viendo sus ejecuciones con el vidrio.

Pero bueno, no nos distraigamos, el caso es que esa tarde era la primera de las fiestas de San Agustín y empezaba a haber bastante actividad en la plaza. Había que prepararlo todo para la verbena de por la noche. Instalar mostradores, mesas, sillas, bebidas, etc. y en eso estaban Plácido y sus ayudantes.

Lo primero que había que hacer era espantar a los pajarillos para evitar que sus excrementos mancharan vestidos y trajes de los asistentes al baile. Para ello se adoptó una medida eficaz cien por cien aunque hoy estaría reñida con la ecología. Se dispararon varios cohetes y la desbandada fue fulgurante. En menos que se persigna un cura loco no había un pájaro en varios hectómetros a la redonda.

Cumplido ese trámite empezó a cerrarse la plaza con sargas y ramas verdes con el doble objetivo de conseguir una cierta intimidad durante el baile y evitar que el personal se colara sin pagar el tique correspondiente. Ambos objetivos eran complicados de cumplir. El primero porque la intimidad, bailando al lado de tu padre y tu madre, tu tío y tu tía, el vecino y la vecina y los niños sin parar de mirarte, era bastante relativa. Y el segundo porque, sobretodo los chiquillos, por muy fortificada que estuviera la plaza con los vegetales mencionados, siempre encontrábamos un agujero por donde colarnos con el aliciente añadido de la clandestinidad que permanentemente fue un atractivo grandioso.




Ese año actuaba sobre el escenario, prefabricado con toneles y tableros de madera, la mítica orquesta formada por los hermanos Rafael (al saxo) y Antonio Pérez (a la batería),  el cuñado del primero (al saxo bajo) y Agustín "calderas" (a la trompeta). A las nueve empezó la música con los alegres compases del pasodoble Amparito Roca a los que siguieron Pepita Greus y los chicos del Pireo.  

La gente, sobretodo parejas de mujeres, (amigas, abuelas con nietas, hermanas con primas) empezaron a bailar. Poco a poco el ambiente se iba caldeando y la verbena estaba practicamente llena. La noche refrescaba dulcemente haciendo un poco de justicia y compensando el rigor con que el bochorno había torturado durante todo el día las calles y plazas del pueblo. Las mesas estaban ocupadas por familias enteras, abuelos, nietos, sobrinos y todo quisque. Las cervezas y cuervas circulaban de allí para acá y de acá para allí. También se veía alguna que otra Juky de naranja. Las banderitas de papel de todos los países conocidos, revoloteaban movidas por la ligera brisa que subía desde el rio, parecían bailar también al ritmo cadencioso de la música sirviendo, a la vez, como decorado multicolor a través del que se podía observar el maravilloso espectáculo de un cielo limpísimo cargado de estrellas. 

Era una noche mágica en la que se rompía la rutina del día a día y los sueños y los anhelos, sobretodo de los más jóvenes, parecían estar más cerca, casi se podían tocar con la punta de los dedos. Era la oportunidad para despistar la melancolía y pasar a la acción, era, por tanto, una noche muy especial.

Y lo fue, ya lo creo que lo fue. A eso de la media noche se presentaron algunos de esos jóveness melancólicos a que me refería anteriormente, acompañados de tres chicas extranjeras (francesas deciamos entre nosotros) bastante desinhibidas y bastante más ligeras de ropa que las autóctonas, que provocaron un murmulleo y un alboroto entre el público de la verbena, principalmente el femenino, que fue "in crescendo" en la medida que estas chicas al bailar se apretujaban y apretujaban cada vez más a los cuerpos de sus compañeros de baile. El culmen ocurrió cuando a una de las "francesas" se le deslizó un tirante de su vestido y dejo al descubierto, según se decía de boca en boca, el sueño de cualquier hombre desde que nace: "una tetilla". No se sabe quienes fueron los privilegiados que presenciaron aquel milagro, porque, si se produjo de verdad, hay que considerarlo como un autentico milagro en aquella época. La noticia corrió como la pólvora y, con el calentón de los acontecimientos y la imaginación y necesidad de todo bicho viviente, por algunos rincones casi llegaron a las manos los unos con los otros por intentar bailar una pieza con alguna de aquellas "sirenas" aun a riesgo de que, después de esa noche, la horma del zapato de cada cual estuviera mucho más apretada por parte de novias, esposas y simpatizantes. 

Durante los siguientes días a las fiestas no se habló de otra cosa en los mentideros habituales y, como suele ocurrir en estos casos, la versión original de los hechos se fue adornando a medida que iba extendiendose, ya que cada uno de los comentaristas ponía su grano de arena para magnificar y asignarse algún papel de protagonista en la historia. Todos los que la comentaban habían visto como se le caía el vestido a la "francesa" o habían bailado con ella. Algunos más osados decían que despues de terminar el baile habían estado con las tres "sirenas" en el puente de la Carrera. En fin, cada quien en su imaginación o de forma real participó de los beneficios de aquel milagro de agosto que rompio el tedio y la rutina cotidiana.

Esta es la crónica de un día de las fiestas de San Agustín de hace no se cuantos años enmarcada, como siempre hago con mi mejor voluntad, en un relato costumbrista e informal.

Si en estos tiempos en que una sonrisa es tan necesaria os ha servido para distraeros un poco considero la misión cumplida.  










domingo, 18 de septiembre de 2011

PAISAJES DESDE EL CAMPANARIO II































EL JUEGO DE PELOTA



Resultaría interesante conocer el origen del juego de pelota en nuestro pueblo y así poder entender el gran arraigo del que disfrutó hasta la década de los sesenta en que, incluso, era incluido en los programas de las fiestas de San Agustín un campeonato en el que se presentaban los mejores jugadores de la comarca. Recuerdo el famoso golpe se "sobaquillo" del que era especialista Antonio "malospelos" y toda la cantera de Venta Quemada, bastante numerosa y con grandes jugadores. El frontón de la carpintería de Antonio "mano yerro" se ponía hasta los topes cuando se celebraba esta competición. Lo cierto es que por arte de magia, por culpa de la tele o no se por que, como diría Mou, fue desapareciendo y es posible que muchos paisanos de menos de cincuenta años ni siquiera sepan que este deporte causó furor en Cúllar. Hasta tal punto fue así que en el casco urbano llegaron a coexistir, que yo recuerde, al menos dos frontones. El uno ya citado de la carpintería de Antonio y, el otro, en el barranco junto a la alfarería de José Ciriaco. Mención aparte tienen los de Venta Quemada, Vertientes y no se si alguno más. El hecho cierto es que viví en primera persona esa época de esplendor de este deporte en la que los niños jugábamos en la pared del almacén del trigo, anteriormente sala de cine, que estaba justamente al lado de las escuelas, ubicación actual del Centro de Salud.

Tras esta introducción y con el mismo ánimo costumbrista que en las anteriores publicaciones de este blog, paso a relatar las secuencias de un día de otoño cualquiera de finales de la década de los cincuenta recreada en el espacio y en el tiempo en que me tocó vivir.


Los tinteros de los pupitres, recién recargados con tinta pelikan, despedían ese olor tan carácteristico que, mezclado con el del sudor del pelo, la goma de borrar, los lápices en los plumieres y otros elementos habituales en las escuelas, inundaba, aquella habitación convertida en aula, de ese aroma inconfundible de todo centro escolar.

Don Pedro Castillo, en aquella clase que tenia un balcón pequeño que daba al Pósito y un ventanuco desde el que se veía el patio del recreo, se esforzaba en que entendiéramos en que ocasiones teníamos que utilizar la "b" y cuando la "v" y nos iba desgranando cada una de las reglas gramaticales a tener en cuenta para escribir correctamente y hacernos unos hombres de provecho. Sin embargo, Senén, el Guru, Emilio y yo, teníamos la cabeza instalada en otra parte, no le prestábamos atención alguna. Estábamos deseando salir de la escuela y comer lo más pronto posible para fabricarnos una pelota de frontón en condiciones, como Dios manda.

Dicho y hecho nos despedimos en la puerta de la escuela y salimos como las balas cada uno para su casa con el fin de juntarnos nuevamente en la "tomatilla" a eso de las cuatro de la tarde.

Alguien se retrasó, y mientras nos echamos un futbolin, "pierde-paga", para suavizar la espera. Cuando nos juntamos todos, fuimos derechos a la carretera al taller de Miguel "el de las bicicletas", que era una bellísima persona y siempre rebosaba paciencia con los niños que íbamos por allí a preguntarle alguna cosa. Le dijimos que si tenia alguna cubierta vieja de bicicleta o de moto y si nos la podía dar para hacer tiras, parecidas a las de los tirachinas, pero más largas, que nos sirvieran de base para poder hacer la pelota de frontón. Miguel, con su generosidad habitual, nos dio varias cubiertas para que hiciéramos con ellas los que nos conviniera y nos trató con las misma amabilidad de siempre. Nos despedimos y nos marchamos a ponernos manos a la obra.

La primera parte del trabajo consistía en enrollar las gomas, lo más tensadas que pudiéramos, y hacer un núcleo del tamaño de un huevo de gallina, pero redondo en vez de ovalado, que sirviera de base para los procesos posteriores. Con paciencia y una caña lo conseguimos y nos fuimos a buscar a mi abuela para que, de algún ovillo de lana con los que hacia punto, nos diera un retal para seguir preparando nuestra pelota. Mi abuela, inmediatamente, nos buscó un resto que le había quedado de hacer una bufanda y nos lo dio. Le di un beso y marchamos a un banco de los redondos de la plaza, el que estaba enfrente de la posada del tío Antonio "el gurullo", y empezamos a redondear el núcleo de goma que habíamos preparado anteriormente hasta que se quedara parejo y con el grosor aproximado de las pelotas con las que jugaban los mayores. Esta parte fue mucho más fácil y terminamos muy pronto.

Era la hora de merendar, y eso era "cosa santa", por lo que nos volvimos a ir cada uno a nuestra casa en busca del bollo de pan reglamentario con una jícara de chocolate "LLoret" que, por cierto, estaba buenísimo . En el banco de enfrente estaban sentados liando un cigarrillo Don Moisés, el practicante, y Mario Pangallo, por lo que pasamos como un cohete delante de ellos, "por si las moscas." Les temíamos como al diablo; al primero por los pinchazos que nos metía a la primera de cambio cuando nuestra salud se resquebrajaba, y al el segundo, por razones obvias que no vienen a cuento.

Cuando nos juntamos de nuevo, y dado lo avanzado del otoño, era ya casi de noche y dejamos la visita al talabartero para el día siguiente y así ultimar el proceso de fabricación de nuestra pelota.
Nos pusimos a jugar al "partido correr" utilizando como chaunas la de la puerta de la casa del marques del Cádimo, la de la tienda de Andrés Gónzalez y la de la pizarra del cine de abajo. Empezó a correr un fresquillo de ese que corta el cutis; del que empieza a bajar por las escalinatas, sube por la cuesta de la barbería de Manolo "el botanas", choca con el que viene de la plaza de Abajo y se arremolina en la plaza de Arriba y se te quedan helados los sesos. En consecuencia, tomamos las de "villadiego" o las de "cada mochuelo a su olivo" y nos fuimos en busca de la cena al calor del brasero de nuestra casa.

La última fase era la más complicada y necesitábamos ayuda externa. Al día siguiente, por la tarde después de comer, y con cierta indecisión, nos fuimos a buscar a nuestro amigo José María, el hijo del talabartero, para ver si nos echaba una mano y lográbamos que su padre nos cortara dos trozo de cuero con forma de ocho y los cosiera con puntos muy apretados, rematando de esa manera nuestra pelota y quedara en perfecto estado de revista. Este hombre nos lo hizo magníficamente y, pese a que era aparentemente muy serio, no tuvimos ningún problema con el y la indecisión con la que nos dirigimos a su casa en un principio se disipó inmediatamente con su actitud.

Lógicamente nos fuimos a estrenarla "ipso facto" a
la pared del antiguo cine convertido en almacén del trigo, no sin antes haberle untado en las costuras grasa de cerdo que trajo Emilio. Las manos se nos pusieron como botas de los golpes a aquella cosa tan dura y arrecidas por el frío de aquella tarde otoñal pero, cuando nos fuimos a dormir, tuvimos la certeza de que habíamos realizado un buen trabajo."

viernes, 11 de marzo de 2011

UNA DE ROMANOS

HISTORIAS DEL CINE CERVANTES

Acababa de sonar el cohete, como cada domingo, anunciando el comienzo inminente de la película del cine de abajo. José, el relojero, a la sazón también portero del cine Cervantes, con puntualidad inglesa, despachaba cada domingo la pirotecnia reglamentaria siguiendo el ritual establecido desde años atrás y que era la señal inequívoca de que en un par de minutos comenzaría la sesión. Esa tarde daban Espartaco, historia de un esclavo tracio que protagonizó una de las rebeliones más importantes en Itálica contra el Imperio Romano y que todos hemos visto en reiteradas ocasiones. Una película de las que nos gustaban a nosotros, ¡UNA DE ROMANOS!


Era una tarde fría de invierno y corría un aire gélido que subía desde la carretera y se arremolinaba en la encrucijada con la calle Honda, a la altura del caño, que nos estaba dejando la cara como los témpanos. Todos los amigos nos íbamos juntando en la puerta y, cuando entramos, apenas nos dio tiempo de ir al ambigú a por un cartucho de avellanas y una Juki de naranja. El total de la inversión ascendía a la notable suma de diez reales.

El ambigú estaba a cargo de Isabel, la mujer del Tite y, para los que no lo sepan, diré que la Juki era una gaseosa en botella que tenía de tapón una bola de cristal a la que había que empujar con el dedo para poder beber el contenido. Hoy día estaría considerada como "de lo más higiénica" pero estaba buenísima.
El NO-DO había empezado, cuando apresuradamente entramos en la sala, y Franco andaba inaugurando un pantano de los del Plan Badajoz y el Real Madrid, como siempre, había goleado al Benfica segun comentaba a todo detalle el gran Matias Prats.

El confor que reinaba allí dentro era más que notable ya que las estufas de cascara de almendra, "ecológicas cien por cien aunque entonces no sabíamos lo que era la ecología", estaban al rojo vivo y no dejaban de alimentarse, a golpe de pala, del citado combustible que estaba apilado a ambos lados del escenario.

La película era bastante larga y daba tiempo para todo. Hablar, mirar al fondo a ver si había alguna pareja dándose un buen repaso, o, salir en el descanso a estirar las piernas y si quedaban algunos reales a fundirlos repostando pipas, gandinga, garbanzos o habas secas.

El cine suponía el acontecimiento de la semana y más aun en el invierno. Era el punto de reunión. Allí, por un rato la ficción se fundía con la realidad y se dejaban volar los sueños y la imaginación. De repente podías ser el valiente gladiador que luchaba en la arena sorteando a todos los enemigos.

En el tablón de anuncios de la puerta de la Iglesia se exponía la calificación moral de la película dominical cuyo baremo era más o menos así:

1- Para todos los públicos
2- Para de mayores
3- Peligrosa
3R- Gravemente peligrosa

Cuando la proyección era para mayores de 18 años nuestra decepción era muy grande aunque siempre nos quedaba la solución de tratar de despistar al portero y colarnos. Pero la verdad es que lo primero que hacíamos el domingo era ir a la puerta de la tienta de José María a ver la pizarra en la que se anunciaba el titulo de la película y su calificación. Existía un archivo alfabético en la Sacristía de la Iglesia con los títulos y calificación moral de todas las películas que circulaban por la España de los años cincuenta y sesenta. Esto hoy día sería impensable e inimaginable, sin embargo, en aquellos tiempos, a los niños nos parecían cosas normales.

Aquella tarde, como era habitual, se interrumpió varias veces la proyección debido a cortes en la cinta y hubo que esperar a que el operador volviera a unir el celuloide raspando los dos extremos de la película y uniéndolos con acetona con sumo cuidado para que los fotogramas quedaran bien encajados y no hubiera saltos (todo esto lo sé porque mi padre me lo enseñó proyectando películas en el cine 500). En cada corte se armaba una algarabía tremenda y las protestas y silbidos del respetable eran más que notables. Un aplauso acogía cada reanudación de la proyección al igual que ocurría cada vez que Espartaco daba una acometida con la espada o eludía el tridente del adversario.

En aquel ambiente calido y familiar todo rezumaba normalidad, hasta que de, repente, se encendieron las luces de la sala y se escuchó una potente y nerviosa voz: "todos tranquilos no pasa nada, no hay peligro, salgan despacio". Era la voz de José María Martinez que se había subido en una butaca y trataba de transmitir calma al personal ante el fuerte olor a humo que se iba apoderando del ambiente de la sala. El cine estaba abarrotado pero en cuestión de segundos quedó vacio gracias a las puertas laterales que daban a la hoy terraza del bar del Lalo y a la amplia escalera de bajada desde el "gallinero" que comunicaba con la puerta principal. Funcionaron las "salidas de emergencia de maravilla", aunque no había normativa especifica de emergencia como hoy en día. Resultó ser una falsa alarma y no ocurrió nada. Se trataba del olor producido por una serie de papeles y cartones que se quemaron en la puerta y que el viento transportó en un instante al interior del cine.

La decepción fue grande por no terminar de ver la película pero nos conformamos comentando lo ocurrido y los detalles de la estampida y la rapidez del desalojo. Lentamente subimos la cuesta del bar de la Kika y del España y nos digimos a la plaza a echar un vistazo en los futbolines, no sin antes asomarnos a "Los Claveles" por si había alguien jugando al billar y podíamos hacer alguna carambola. Así terminó aquel frio domingo en el que Espartaco pasó por Cúllar y tuvo un accidente en el cine Cervantes.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

PAISAJES DESDE EL CAMPANARIO




El tío Pedro "el de las ollas" y Matías, "el de los pollos" a pesar de lo temprano y lo frío de aquella mañana de lunes de octubre, habían estacionado sus respectivas camionetas y estaban terminando de instalar sus puestos de venta. El primero encima de la plaza, más o menos a la altura del actual bar los Candiles, el segundo, mi tío Matías, junto al banco en esquina enfrente de la casa de Evangelista (Palacio del marques de Cadímo). Era lunes, día de mercado en Cúllar, y los vendedores iban llegando poco a poco. En la plaza de abajo, los Torres, incluidos mis buenos amigos Diego el "grande" y Diego el "chico", estaban montando los artesanos mostradores de tablas para colocar la fruta.
El desfile de caballos, mulos y borriquillos en dirección a los pilares empezaba a ser notable. Se notaba más animación de la normal por lo inminente del comienzo de la Feria, una de las más importantes de Andalucía en lo referente a las transacciones de ganado, especialmente de caballerías.
Las posadas empezaban a tener clientela de marchantes y feriantes y en los próximos días se pondrían a rebosar. No eran pocas las que había ya que eran necesarias para albergar a tantos visitantes a la feria y que, aun así, tenían que hospedarse, en muchos casos, en casas particulares.

Las plazas de arriba y de abajo empezaban a tener ambiente pues la gente iba llegando poco a poco. Los unos con perspectivas de vender, los otros de comprar, y algunos más de ambas cosas. Las barberías de Manolo "el Botanas", la de Segundo, La de Cándido en la calle Honda, la de Pepe "el piojo" y todas las demás habían ya empezado a atender a sus clientes. El aguardiente se deslizaba por las gargantas de muchos parroquianos que se iban reuniendo en las tabernas y bares que existían por la zona. La taberna de la Tía María la de los Garbanzos, el Bar del Tenaco, en la Topeta, en el Pollito, en el bar España o en el bar de la Kika.

El tío Antonio el gurullo salía de la posada a lomos de su borriqquilla dispuesto a realizar la labores del campo propias de esas fechas y estar de vuelta pronto para no perderse las horas centrales del mercado. Las numerosas tiendas de esa época abrían sus puertas. El tío Rafael Ontiveros, Marcelino Alarcón, Antonio el de la Venta, Andrés Gonzalez,José María el de dos Santiago, Campanitas, Pedro el Rubio, Rogelio, formaban parte, entre otros, de ese abundante numero de comerciantes establecidos en las cercanías del mercado. La Tomatilla, aunque ya no era época de helados, se preparaba con toda su batería de chucherías y con el reclamo de los futbolines por si acaso llegaban algunos clientes madrugadores.
En medio de todo este ambiente se escuchó al tío Domingo pregonando con su potente voz la llegada de la camioneta del pescao de esta guisa: "pescao fresco, sardina, boquerón, jurel, boga, bonito, que ha venio ahora mismo".
Al mismo tiempo, Don Manuel el cura pasaba con su vespa en dirección a la carretera para realizar su visita diaria a la Casa de Caridad. El alcaldillo estaba colocando en la puerta de la ferretería los útiles de obra y labranza correspondientes para que sirvieran de reclamo a todos aquellos que pasaban en dirección a las tabernas de la Tía María, la Cuña o al estanco.
Cada vez circulaba más gente en las calles adyacentes a la plaza y de esa manera comenzó a discurrir un lunes de mercado especial ya que esa misma mañana comenzaron a llegar los feriantes habituales: Concha y los turroneros de siempre, el "moro" con su caseta verde, la tombola, las barcas y los columpios que fueron apilando el material en las dos plazas para empezar a montar sus atracciones cuando se disolviera el mercado y hubiera menos trasiego.
En la plaza de abajo ya estaba funcionando la ruleta en la que con un poco de suerte te podías llevar un cigarro o un llavero. También estaban por allí los trileros de todos los años que se andaban con mucho cuidado por si la guardia civil pasaba por las proximidades.
En la puerta del local donde Vicente el de la luz, mi padre, tenia una pequeña tienda de aparatos de radio sonaba un chotis procedente de un organillo al que a golpe de manivela manejaba con primor su dueño. Mientras tanto, en la puerta de Los Claveles, un ciego recitaba los romances de mayor éxito del momento:" los amantes de Teruel tonta ella y tonto el", el romance de las tres morillas, y, por supuesto, los romances locales de máxima actualidad como aquel inolvidable que todos los de mi generación recordamos. "En el pueblo de Cúllar Baza de la provincia de Granada había un feliz matrimonio con una hija muy guapa........"Este romance narraba con precisión y sin sutilezas los acontecimientos originados al "llevarse" un joven a su novia y las catástrofes posteriores que sucedieron.
El correo de Vélez estaba llegando en ese momento a respostar en la gasolinera tras haber dejado a todos los procedentes del Cririvel, las Vertientes y la Venta Quemada que descargaran sus pertenencias para el mercado.

Este relato se compone de distintas instantáneas guardadas en mi memoria y que, por supuesto, sin pretender ser un retrato real del Cúllar de finales de los años cincuenta, pueden suponer algunas pinceladas para que cada uno de los que lo leáis, y seáis como mínimo cincuentones, tengáis la posibilidad de añadir nuevos trazos que puedan completar un cuadro aproximativo de como fue nuestro pueblo en esos días. Seguramente nuestros nietos, el que los tenga, se sorprenderán.

Paisajes desde el campanario me ha parecido un buen título. El campanario era para mí un lugar especial donde podías contar y oír chiste verdes sin que nadie te censurara por ello, te podías fumar un cigarro sin riesgos, o, realizar acrobacias agarrándote a las campanas para ir deteniendo el vuelo. Era un lugar en donde Juanito "el monecillo" y el "pinocho" nos enseñaban los pormenores del repique segun fuera fiesta, duelo, fuego o misa. Tambien comentabamos las picardias propias de la edad y cuales niñas nos tenián el alma en vilo a cada uno.

En resumen, era el santuario donde en aquellos tiempos nos podíamos sentir un poco libres aunque solo fuera por un rato y mirar el pueblo desde una perspectiva diferente. Lo pasámos bien allí.


lunes, 12 de abril de 2010


DE VEZ EN CUANDO LA VIDA

(Para Asun Torres)


Uno de mis cantantes favoritos, Juan Manuel Serrat, en una de sus canciones más intimistas y de las que a mí más me gustan, dice así:



"De vez en cuando la vida afina con el pincel,
se nos eriza la piel y faltan palabras,
para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla."

Esta canción es un emocionado canto a la vida y a las cosas que nos ofrece cada día y que, en ocasiones, no las sabemos valorar. Pues bien, el sábado 9 de abril de 2010 en los nuevos locales de la Biblioteca de Cúllar, Asun Torres "afinó con su pincel" y nos dió a todos los cullarenses un regalo de un valor inestimable, su libro "Cúllar, ayer y hoy".

En este libro Asun urga en las raices mas profundas de
la historia de nuestro pueblo bebiendo en todas las fuentes documentales conocidas haciendo un trabajo de investigación descomunal. No contenta con eso plantea un nuevo escenario histórico sobre el origen de las fiestas en honor a la Virgen de la Cabeza en Cúllar que desmonta algunas afirmaciones interesadas vertidas a la opinión pública por ciertas personas desde otros lugares del Altiplano y con el único objeto de quitar relevancia a lo nuestro.

De otro lado, ha logrado reunir una galería fotográfica impresionante y de un gran valor histórico y sentimental. Ha contado con las aportaciones de numerosas personas que fueron testigos directos de algunos de los acontecimientos que se narran relativos a las fiestas en el primer tercio del siglo XX. En fin, el libro es una maravilla. Redactado con gran sencillez está entreverado con un estilo que permite apreciar su madera de escritora. Detras de cada una de sus páginas se vislumbra
sensibilidad y amor a nuestro pueblo y a sus gentes.

La canción aludida de Serrat sigue diciendo: "se nos eriza la piel y faltan palabras para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla". Es eso justamente lo que me pasa, se me eriza la piel y me faltan palabras. Resulta emocionante la lectura y ver reflejadas las opiniones de tantas personas conocidas, entre otros mi padre y mi madre; las referencias a otras que ya no están con nosotros; la posibilidad de la ubicación de Cúllar en la Laera; los distintos lugares de culto existentes segun los documentos consultados; las muchas hermandades religiosas, etc. Se visualiza como pudo ser el Cúllar de nuestros antepasados y nos ayuda a comprender como ha llegado a lo que es hoy.

Este libro es un legado para todos, pero especialmente para los jovenes, porque ha dejado unas bases solidas sobre las que seguir edificando nuestra historia y son ellos los que más fuerza y empuje tienen para conseguirlo.

Yo no voy a descubrir nada de Asun que no sepais todos los que la conoceis. Forma parte del paisaje de Cúllar, es una trabajadora de, por y para Cúllar. Ella lo ha querido así. Su pueblo el sábado fue generoso.

De vez en cuando la vida nos regala un día especial. El sábado lo fue para mí. Creo que tambien para Cúllar.

Gracias Asun.

martes, 12 de enero de 2010


LEYENDAS SIN RIMA

UNA DE FANTASMAS

Aquella noche de febrero hacía un frío que pelaba. Serían sobre las dos de la madrugada cuando la luna llena comenzaba a asomarse por detrás de la torre del campanario de la Iglesia. Maullidos de gatos se escuchaban en la lejanía, no se si a consecuencia del frío o debido al celo que los estresa tanto en este mes. Lo cierto es que presagiábamos que algo especial ocurriría esa noche. La claridad era considerable cuando, tras nuestro ensayo en el local de la Biblioteca Municipal, decidimos dar una vuelta por el pueblo pese al cañón de frío que circulaba por calles y esquinas. Nos dirigimos al bajo del Gallina, que por ser sábado había baile, y, como eramos muy machotes y muy jóvenes, nos tomamos unos cuantos cubatas bien cargados de ginebra y con abundante hielo que nos desentumecieron los músculos en un pis plas.


Con los vapores etÍlicos disparados y sintiéndonos los "novios de la muerte", como los legionarios, salimos del local buscando más ambiente, cosa que a finales de los años sesenta no era fácil a las dos de la madrugada en Cúllar y menos aún con aquel maldito frío polar. No obstante, teníamos claro que todavía no era la hora de acostarse.


Empezamos a deambular de aquí para allá hasta que de pronto oímos unos extraños sonidos guturales que emitía uno de muestro grupo que había tomado mas cubatas de la cuenta y cuyo nombre no quiero desvelar para dejar a la sagacidad de quien leáis este relato la posibilidad de averiguar quien era el susodicho. Le entró una gran tiritera y tambien, como padecía de mal de amores, empezó con una lloraera importante. Se convirtió en un pesado fardo que se negaba a andar y no no podíamos tirar de el. Así que, en la entrada al Barranco tercero lo sentamos sobre la acera y descansamos un poco hasta que a alguien se le ocurrió que le podíamos dejar allí un rato, para que se despejara, e ir mientras los demás a bebernos otro cubata y recogerlo a la vuelta. No habíamos aun doblado la esquina cuando oímos a nuestro amigo con voz entrecortada pero entendible: "socorro, socorro". Inmediatamente nos volvimos y lo vimos de pie con el brazo derecho señalando a la puerta de una casa adyacente. Nosotros no dábamos crédito al hecho de que en unos segundos hubiese pasado de un estado catatónico profundo a estar completamente sobrio y parecer mas espabilado que un marchante en plena transacción de un muleto. ¿Que te pasa? le preguntábamos una y otra vez. Parecía que hubiese visto al diablo. Temblaba y se le veía muy asustado. De repente, más pajizo que una llave, dijo con voz entrecortada: "un fantasma, un fantasma". En ese momento nos tranquilizámos y pensamos que se trataba de una alucinación consecuencia de la terrible cogorza que había pillado nuestro amigo.


Nos dió la risa tonta propia de las chisperas pero, de todas formas, nos acercamos hasta la casa donde insistentemente nos señalaba con la mano y fue, en ese preciso momento, cuando, con la celeridad de un rayo, se cruzó ante nuestras narices un gran bulto blanco corriendo que se las pelaba. Nosotros también de forma súbita, e incomprensiblemente, estábamos completamente sobrios y en condiciones de ir a Lorca a sacarnos el carné de conducir.


Pasada la sorpresa inicial y tras recapacitar lo ocurrido durante los cinco segundos anteriores, nos miramos alucinados y exclamamos al unisono: "coño, un fantasma". En esos momentos de confusión tomamos la decisión menos acertada entre todas las posibles que no fue otra que la de perseguir al fantasma.


Sin duda ante el temor de ser descubierto, nuestro fantasma se adentró en una casa que durante mucho tiempo estuvo con solo los cerramientos, justo en frente de donde nosotros estábamos, es decir, entre la Plaza del Barranco y la entrada al Barranco tercero en el mismo lado que la cafetería y el salón de bodas y bailes de Francisco el Gañán.



El fantasma tomó esta decisión siguiendo la lógica más razonable que era la de que nosotros desistiríamos de entrar allí dado lo siniestro y oscuro del interior de la obra. Sin embargo se equivocaba. No sería el último error que cometería esa noche. No contaba con que la luna llena, como dije al principio de este relato, nos estaba echando una mano para poder otear a través de los huecos de las ventanas y permitirnos visualizarlo. Por tanto nos lanzamos hacia la entrada en tropel sin tener claros los objetivos que perseguíamos y que, fueran cuales fueran, a todas luces, representaban una gran barbaridad. En el mismísimo umbral de la casa, a nuestro lado, cayeron dos ladrillos que no nos impactaron de milagro. Hubo toque de retirada instantáneo y nos situamos, nuevamente, frente a la fachada del edificio.
Se produjo un tiempo de observación y tanteo de fuerzas mutuo, como los equipos de futbol en la final de la Champión Ligue. Seguramente el fantasma empezó a pensar en que "maldita la hora en la que había salido a buscar aventuras". Poco se imaginaba que tendría un tropiezo de esta naturaleza. Nosotros inspeccionamos el terreno antes de adoptar ninguna otra medida. Bruscamente, las deliberaciones se interrumpieron. Volvió a cometer otro error, el segundo de la noche. De repente comenzó a subir a la planta siguiente como alma que lleva el diablo y nosotros lo vimos por la ventana que daba al hueco de las escaleras, por lo que aprovechamos el momento y entramos a todo gas en la planta baja de la casa. Así las cosas, por la rampa de la escalera, entre voces y piedras con trayectoria ascendente las unas y descencente las otras, transcurrieron unos minutos que a mí me parecieron una eternidad.


Súbitamente, y durante una tregua en la batalla, escuchamos un ruido, como un golpe seco contra el suelo en la parte de atrás de la casa, la que daba hacia la carretera. Nos asomamos por los huecos de las ventanas que daban a ese lado y vimos el bulto blanco corriendo como un poseso, aunque cojeaba, hasta perderse en dirección al río por la cuesta del molino. Sudorosos y con la adrenalina por las nubes, sin decirnos ni una palabra nos dirigimos cada uno a nuestra casa.


Esta historia es real y pertenece a aquellos que la vivimos. Nunca supimos quien fue aquel fantasma. Seguramente, si aun vive y, si por un casual, le llegara este relato, se acordará de toda nuestra generación y algo más, sin embargo, y si esto puede servir para reparar el mal trago que, sin duda, le hicimos pasar, quiero decirle que en el fondo todos le admirábamos y le seguimos admirando. El representó para nosotros la realidad de la leyenda. Una leyenda sin rima que tantas veces habíamos escuchado de nuestros padres y abuelos y que considerabamos historias para no dormir. Fantasmas que nunca habíamos visto y mucho menos luchado contra ellos. El fue para nosotros, sin proponérselo, un modelo romántico. La ficción convertida en realidad. ¿Que mayor aventura se podía vivir en Cúllar a finales de los sesenta a las dos de la madrugada de una noche de Febrero con un frío que pelaba y con la luna llena asomando por el campanario?

P.D. Los personajes de esta historia son todos de Cúllar. Dos de ellos han fallecido hace algunos años. No he querido revelar nombres para mantener el interés de quienes lo leáis. En el texto hay algunas pistas que os pueden permitir descubrirlos.


J. Carrión

miércoles, 2 de septiembre de 2009

EL ROSARIO DE LA AURORA




EL ROSARIO DE LA AURORA DE CÚLLAR

Conforme se acerca el otoño, aunque dados los rigores estivales que aún estamos padeciendo pueda parecer lejano, Cúllar se prepara para recibir cada madrugada de los domingos de octubre al centenario Rosario de la Aurora. Yo no sé bien la antigüedad de esta tradición en nuestro pueblo. Consultadas varias fuentes relativas a los orígenes de los rosarios de la Aurora en distintos lugares de España el abanico de fechas es muy amplio. Hay sitios que cifran su comienzo en el siglo XV. En otros lugares indican como comienzo el siglo XVII y otros a finales del XIX o principios del XX. Por tanto yo no me atrevo a establecer ninguna fecha, que seguramente estará documentada en algún sitio, solo puedo decir que mis abuelos, de chicos, ya escuchaban en las frescas mañanas de octubre las coplillas de la Aurora por las calles de Cúllar y es justamente en este hecho en el que quiero centrarme.

Siendo yo muy niño oía entre sueños y como de muy lejos aquellos golpes secos de bombo y platillo y las voces de los músicos, casi de ultratumba, cantando a la Aurora al amanecer. Esa
musiquilla me gustaba y me llamaba la atención hasta tal punto que las noches de los sábados de octubre empecé a irme a dormir al piso de mis abuelos que tenían un dormitorio con un balcón a la calle Pérez que me permitiría escucharlos mucho mejor. Así fue naciendo mi vocación aurora que se vio incrementada por el hecho de que con diez años me iniciaba en el acompañamiento de guitarra lo que me permitió incorporarme en el año 1961 a la rondalla.

Recuerdo que me dieron una
cálida acogida en mi primera madrugada. En aquellos tiempos, a las cuatro de la mañana, se reunían los componentes de la rondalla de la Aurora en el Bar España que regentaba Pedro Cañadas, que en paz descanse, que tocaba la guitarra y cantaba en el Rosario. Entre vuelta y vuelta al clavijero y con el animo de templar al mismo tiempo el instrumento y el cuerpo, algo cortado por el madrugón y el frio, me invitaron a beber un trago de aguardiente que, os aseguro, no cumplió con su cometido, más bien al contrario, ya que me provocó una tiritera que afortunadamente pasó pronto. Así fue mi bautizo de fuego en la Aurora y así fue como me enganché a esta tradición tan de Cúllar. En estos mis primeros tiempos , tras afinar los instrumentos, se salía en pasacalles llamando a los hermanos a levantarse para asistir al Rosario.
A partir de aquí mi
participación e implicación han sido permanentes asistiendo siempre que he podido a los rosarios y promocionando, aunque de una forma modesta, el conocimiento de esta parte de nuestra cultura. Sin ir más lejos, en el año 2000 en que tuve el grandisimo honor de ser pregonero de las fiestas de Moros y Cristianos dediqué parte del pregón a ensalzar y recordar los Rosarios de la Aurora.

Después
de tantos años resulta inevitable recordar ciertos momentos especiales vividos que, de alguna manera, justifican y compensan de las madrugadas y los fríos pasados. Recuerdo al clarear el día, una mañana del ultimo domingo de octubre de hace no se cuantos años, que estábamos cantando a la Virgen en la Plaza del Barranco y, al mismo tiempo, llegó un autobús procedente de la Costa Brava cargado de paisanos nuestros que regresaban tras haber echado la temporada en los hoteles. Esta coincidencia resultó de una grandisima emotividad y a más de uno la voz no nos salía del cuerpo al ver las lagrimas que resbalaban por la cara de algunos de los viajeros recien llegados. Mañana preciosa e inolvidable.

También
resulta inevitable recordar las paradas realizadas "in memoriam" de los siempre añorados compañeros que nos dejaron, a cuyo grupo y, aunque hacía mucho tiempo que no nos acompañaba en la Aurora, se ha unido tan prematuramente Antonio "el Palillero", a quien este próximo octubre le llegarán los sones familiares y el sabor añejo de las coplillas del rosario de su pueblo.

El
café en "Los Candiles" tras la Misa. Reconfortante y aromático, restaurador del animo, siempre conversado con los madrugadores, con sabor a nostalgias y recuerdos, con la presencia intangible pero cierta de Sandalio "el Tenaco" fiel seguidor de la Aurora que siempre, incluso un año que no estaba en Cúllar, llamó desde Barcelona para interesarse por nosotros y para que el café estuviera a punto. Su hijo Paco y su nieto, también Paco, han seguido su estela y el ritual sigue siendo el mismo. La variante familiar añadida desde hace bastantes años, magnifica por cierto, la encontramos en los churros con chocolate que el Lalo y Rosi tienen dispuestos para terminar de reparar las averías del madrugón. Esta parte de la tradición es fundamental como podéis imaginar.


Para terminar os dejo este video que hizo el año pasado José Antonio "el del juez" al que agradezco enormemente que me haya facilitado una copia. Espero que lo disfruteis.

Tengo previsto hacer unas segundas reflexiones sobre la Aurora, en breve, para lo que me gustaría contar con vuestras opiniones. Hasta pronto.


PARA VER EL VIDEO PINCHAR EN EL CUADRO: