domingo, 18 de septiembre de 2011

PAISAJES DESDE EL CAMPANARIO II































EL JUEGO DE PELOTA



Resultaría interesante conocer el origen del juego de pelota en nuestro pueblo y así poder entender el gran arraigo del que disfrutó hasta la década de los sesenta en que, incluso, era incluido en los programas de las fiestas de San Agustín un campeonato en el que se presentaban los mejores jugadores de la comarca. Recuerdo el famoso golpe se "sobaquillo" del que era especialista Antonio "malospelos" y toda la cantera de Venta Quemada, bastante numerosa y con grandes jugadores. El frontón de la carpintería de Antonio "mano yerro" se ponía hasta los topes cuando se celebraba esta competición. Lo cierto es que por arte de magia, por culpa de la tele o no se por que, como diría Mou, fue desapareciendo y es posible que muchos paisanos de menos de cincuenta años ni siquiera sepan que este deporte causó furor en Cúllar. Hasta tal punto fue así que en el casco urbano llegaron a coexistir, que yo recuerde, al menos dos frontones. El uno ya citado de la carpintería de Antonio y, el otro, en el barranco junto a la alfarería de José Ciriaco. Mención aparte tienen los de Venta Quemada, Vertientes y no se si alguno más. El hecho cierto es que viví en primera persona esa época de esplendor de este deporte en la que los niños jugábamos en la pared del almacén del trigo, anteriormente sala de cine, que estaba justamente al lado de las escuelas, ubicación actual del Centro de Salud.

Tras esta introducción y con el mismo ánimo costumbrista que en las anteriores publicaciones de este blog, paso a relatar las secuencias de un día de otoño cualquiera de finales de la década de los cincuenta recreada en el espacio y en el tiempo en que me tocó vivir.


Los tinteros de los pupitres, recién recargados con tinta pelikan, despedían ese olor tan carácteristico que, mezclado con el del sudor del pelo, la goma de borrar, los lápices en los plumieres y otros elementos habituales en las escuelas, inundaba, aquella habitación convertida en aula, de ese aroma inconfundible de todo centro escolar.

Don Pedro Castillo, en aquella clase que tenia un balcón pequeño que daba al Pósito y un ventanuco desde el que se veía el patio del recreo, se esforzaba en que entendiéramos en que ocasiones teníamos que utilizar la "b" y cuando la "v" y nos iba desgranando cada una de las reglas gramaticales a tener en cuenta para escribir correctamente y hacernos unos hombres de provecho. Sin embargo, Senén, el Guru, Emilio y yo, teníamos la cabeza instalada en otra parte, no le prestábamos atención alguna. Estábamos deseando salir de la escuela y comer lo más pronto posible para fabricarnos una pelota de frontón en condiciones, como Dios manda.

Dicho y hecho nos despedimos en la puerta de la escuela y salimos como las balas cada uno para su casa con el fin de juntarnos nuevamente en la "tomatilla" a eso de las cuatro de la tarde.

Alguien se retrasó, y mientras nos echamos un futbolin, "pierde-paga", para suavizar la espera. Cuando nos juntamos todos, fuimos derechos a la carretera al taller de Miguel "el de las bicicletas", que era una bellísima persona y siempre rebosaba paciencia con los niños que íbamos por allí a preguntarle alguna cosa. Le dijimos que si tenia alguna cubierta vieja de bicicleta o de moto y si nos la podía dar para hacer tiras, parecidas a las de los tirachinas, pero más largas, que nos sirvieran de base para poder hacer la pelota de frontón. Miguel, con su generosidad habitual, nos dio varias cubiertas para que hiciéramos con ellas los que nos conviniera y nos trató con las misma amabilidad de siempre. Nos despedimos y nos marchamos a ponernos manos a la obra.

La primera parte del trabajo consistía en enrollar las gomas, lo más tensadas que pudiéramos, y hacer un núcleo del tamaño de un huevo de gallina, pero redondo en vez de ovalado, que sirviera de base para los procesos posteriores. Con paciencia y una caña lo conseguimos y nos fuimos a buscar a mi abuela para que, de algún ovillo de lana con los que hacia punto, nos diera un retal para seguir preparando nuestra pelota. Mi abuela, inmediatamente, nos buscó un resto que le había quedado de hacer una bufanda y nos lo dio. Le di un beso y marchamos a un banco de los redondos de la plaza, el que estaba enfrente de la posada del tío Antonio "el gurullo", y empezamos a redondear el núcleo de goma que habíamos preparado anteriormente hasta que se quedara parejo y con el grosor aproximado de las pelotas con las que jugaban los mayores. Esta parte fue mucho más fácil y terminamos muy pronto.

Era la hora de merendar, y eso era "cosa santa", por lo que nos volvimos a ir cada uno a nuestra casa en busca del bollo de pan reglamentario con una jícara de chocolate "LLoret" que, por cierto, estaba buenísimo . En el banco de enfrente estaban sentados liando un cigarrillo Don Moisés, el practicante, y Mario Pangallo, por lo que pasamos como un cohete delante de ellos, "por si las moscas." Les temíamos como al diablo; al primero por los pinchazos que nos metía a la primera de cambio cuando nuestra salud se resquebrajaba, y al el segundo, por razones obvias que no vienen a cuento.

Cuando nos juntamos de nuevo, y dado lo avanzado del otoño, era ya casi de noche y dejamos la visita al talabartero para el día siguiente y así ultimar el proceso de fabricación de nuestra pelota.
Nos pusimos a jugar al "partido correr" utilizando como chaunas la de la puerta de la casa del marques del Cádimo, la de la tienda de Andrés Gónzalez y la de la pizarra del cine de abajo. Empezó a correr un fresquillo de ese que corta el cutis; del que empieza a bajar por las escalinatas, sube por la cuesta de la barbería de Manolo "el botanas", choca con el que viene de la plaza de Abajo y se arremolina en la plaza de Arriba y se te quedan helados los sesos. En consecuencia, tomamos las de "villadiego" o las de "cada mochuelo a su olivo" y nos fuimos en busca de la cena al calor del brasero de nuestra casa.

La última fase era la más complicada y necesitábamos ayuda externa. Al día siguiente, por la tarde después de comer, y con cierta indecisión, nos fuimos a buscar a nuestro amigo José María, el hijo del talabartero, para ver si nos echaba una mano y lográbamos que su padre nos cortara dos trozo de cuero con forma de ocho y los cosiera con puntos muy apretados, rematando de esa manera nuestra pelota y quedara en perfecto estado de revista. Este hombre nos lo hizo magníficamente y, pese a que era aparentemente muy serio, no tuvimos ningún problema con el y la indecisión con la que nos dirigimos a su casa en un principio se disipó inmediatamente con su actitud.

Lógicamente nos fuimos a estrenarla "ipso facto" a
la pared del antiguo cine convertido en almacén del trigo, no sin antes haberle untado en las costuras grasa de cerdo que trajo Emilio. Las manos se nos pusieron como botas de los golpes a aquella cosa tan dura y arrecidas por el frío de aquella tarde otoñal pero, cuando nos fuimos a dormir, tuvimos la certeza de que habíamos realizado un buen trabajo."

2 comentarios:

  1. Menuda obra de artesania. me acuerdo de haber visto aquella obra de arte por nuestra casa. Preciosa tu nueva entrada, he sentido como se me cortaban las mejillas y los muslos con la descripcion de los vientos de otoño.

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  2. ¡Qué bueno Juan!, ya me has llevado otra vez al pueblo que no tuve la suerte de tener. Gracias por ello.
    Tengo yo un libro de mi primo Álvaro que te gustaría, se llama Prisionero a Muerte, que por lo visto es un juego al que tu también jugarías ¿Estoy en lo cierto?

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